Vuelvo a despertar envuelta en sábanas arrugadas de tanto sueño inexistente, cojines que cubren tu espacio, mi gata maullando a mis pies, y la página del libro “amores eternos” mapeada por las lágrimas a cuál mapa mundial. En mi cabeza se repite como un mantra mi frase favorita de él: “hay miradas que pueden llegar a resultar perturbadoras...hasta que te rindes a ellas”. Ojalá jamás hubiese tenido el infortunio de tropezar con la tuya. Si por cada mentira recibida hubiese ahorrado un céntimo, seguro que hoy sería rica. Desgarras mi Alma con tan sólo pasarte por mi pensamiento, recordar el calor de tus ojos verdes penetrantes, tu forma de mirarme enmarañada de rumores, excusas y argumentos banales que ni tú eres capaz de creer, pero aun dudando de todo, me enamoré de ti. Me emborrachabas de dulzura y caricias cada vez que te dignabas a aparecer en mis días. Todo se llenaba de luz con tu fugaz presencia, como noche de San Lorenzo a plena luz del día. Me acostumbré a ese aroma que tanto te caracteriza, ese que hacía que hasta mi amígdala se encogiese. Ni las sinfonías de Beethoven se podían comparar a la calidez de tu voz, que con promesas de amor idílico y eterno cautivaron mi corazón...Lastima que tan sólo fuesen palabras vacías, como tú ser. Cada momento a tu lado eran como tocar el cielo y bajar al mismísimo infierno, pasión y sufrimiento, deseo y dolor, ternura e indiferencia. Y si sólo querías jugar, ¿por qué tejiste tan entramada telaraña? Justo en el momento en que descubriste que ya no podía amarte con más pasión porque de hacerlo me rompería en mil pedazos, decidiste trocear mi corazón enjaulado. Ya no podía escapar de ti, no quería ya estaba perdida. Hay miradas que ...