Para levantarme el ánimo después de mi pérdida, mis amigos me invitaron a participar en la Noche de San Juan. La verdad es que nunca lo había hecho, nunca había creído en supersticiones y aquella celebración me parecía de lo mas absurda. Al final me convencieron, me prometieron una noche divertida, un poco de comida, cervezas y música.
Nos citamos al anochecer en un descampado cerca de mi casa, cada uno llevamos algo para compartir, yo me tenía que encargar de la música, así que llevé mi viejo aparato de cd.
Para empezar la noche lo primero que había que hacer es saltar la hoguera, dijeron. No me parecía muy buena idea, siempre le tuve mucho respeto al fuego y saltar sobre él, no me parecía la mejor forma de comenzar una fiesta.
Una vez encendida la hoguera, todos comenzaron a saltar, unos con mas destreza que otros, alguno con alguna cerveza de más. Al final solo quedaba yo por saltar, todos me animaban, pero yo decliné la invitación, alguien me dijo:
—¡Salta la hoguera, hombre! El fuego es purificador, solo piensa en lo que quieres olvidar, lo que quieras que desaparezca de ti, el fuego hará su trabajo, cuando estés al otro lado de la hoguera, serás un hombre nuevo.
Aquellas palabras me convencieron, así que tomé carrerilla y salté, pero no caí al otro lado, lo hice justo en el centro del fuego, mi cuerpo comenzó a arder, mientras a lo lejos oía los gritos de mis amigos, cada vez mas lejanos, hasta que dejé de escucharlos.
Mi amigo tenía razón, el fuego quemó todo lo malo que no me gustaba de mi y al otro lado fui un hombre nuevo, ahora era un hombre muerto.