«Letras que enseñan»

Las piernas cortas de un orondo niño recorren callejuelas colmadas de basura, orín y ratas. No hay tiempo para esquivar la inmundicia; el depredador es más rápido y si le alcanza se volverá a llevar el botín y su dignidad. Sin embargo, hoy tiene un plan y, por ello, entra en la librería Escribano.
El chico mayor sigue el mismo camino pero, una vez dentro, no hay rastro de la presa. Entre jadeos mal disimulados inspecciona el lugar. Encuentra una puertecilla entreabierta y hace una mueca de victoria. Se agacha y accede a una sala donde espera el niño, que se aferra a las piernas de una mujer vestida de riguroso negro.
—Seas bienvenido.
—¿Quién eres?
Ella, sin responder, saca una varita e inicia un encantamiento. Enfrente hay dispuesto un atril con un libro abierto. Cuando termina, el cuerpo del joven se desintegra por completo.
Del interior del libro una voz casi inaudible intenta gritar.
—Has molestado a Sergio demasiado tiempo —dice mirando al vacío—. Dentro de estas páginas serás inofensivo.
No entiende nada, pero se siente preso en la tinta que da contorno a la primera palabra del relato: "Érase".
La maga empieza a leer y, acompasado al ritmo de su voz, el ser invisible salta de palabra en palabra con contorsiones imposibles. En las conjunciones y vocablos cortos, ella ralentiza la lectura, provocando que los gritos de desesperación arrecien.
—¡Quiero salir!
En el momento de terminar la frase invita a Sergio para que continúe:
—¡Punto seguido! —dice con gesto divertido.
—Bien, mañana continuaremos.
La mujer cierra el libro y el asustado punto seguido rompe a llorar desesperado, oprimido por una total oscuridad.

Al día siguiente la bruja abre el ejemplar y deshace el hechizo. En el rostro del niño ya reconstituido solo hay miedo.
—Ahora que sabes lo que es sentirse sin salida, vela para que a Sergio no le falte de nada.