Siempre me han llamado la atención los regalos que nos hacía la tía Eduvigis, una tía del pueblo que cada vez que venía a la capital, nos traía algo y aunque nos matábamos diciéndole que no era necesario, seguía erre que erre. Yo creo, que lo hacía por quedar bien, como venía poco, parece que le daba cosa presentarse con las manos vacías, era muy cumplida.
Ya es muy mayor y apenas sale del pueblo, pero aún pasea por allí, ¡no para!.
Los presentes que nos traía, eran unos objetos muy peculiares.
Una cafetera, de esas antiguas, yo creo que era suya y ya estaba harta de ella y por no tirarla, nos la trajo muy limpia y brillante. ¡Ya se pasaría horas la pobre, restregándola con el estropajo!
También nos trajo un candelabro, que no sé de dónde lo sacaría, era grande y aparatoso, feo a más no poder, tanto es así, que no sabía dónde narices ponerlo.
En otra ocasión, vino cargada con un águila de escayola, con las garras de uñas y el pico abierto… pretendía que la pusiéramos encima del televisor, le tuvimos que explicar que es un televisor “de led”, y ella respondía, ¿de quién?, últimamente el oído ya le iba un poquillo duro.
Pero lo más gordo fue, cuando vino con aquel perchero de pie color negro azabache al hombro, parecía un soldado alabardero del tercero de infantería.
La verdad, es que sólo por los viajes que se daba y la intención de traer algo, aunque fuera el objeto más extravagante, la queremos un montón, pero sintiéndolo mucho, esos objetos van a acabar sin remedio en la hoguera de san Juan, no se si arderán, pero al menos servirán para pedir al santo salud y que cuide a nuestra querida tía Eduvigis muchos años.