✍️ Cuenta la historia de un libro mágico que se escribe solo.
Vi a un grupo de chicos bastante atractivos charlando en corrillo y me puse a caminar coqueta para llamar su atención. ¡Qué suerte que ese día me había puesto mi falda favorita y mi camisa nueva! Pasé por delante de ellos con los hombros erguidos y la barbilla bien elevada. Lo que fue, evidentemente, un grave error. No vi que, en la acera, había unas baldosas mal puestas y unas raíces luchando por salir a la superficie, y tropecé. Tropecé, trastabillé, me hice la zancadilla a mí misma con mis propios pies y caí al suelo estrepitosamente. ¡Y enseñando bragas!, por supuesto. Las risas de esos muchachos resonaron por toda la calle y yo noté como me subía un calor y un rojo intenso a las mejillas, como si, además, el árbol me hubiera abofeteado en la cara. Me levanté con la mayor dignidad que pude, básicamente la que me quedaba en el dedo meñique del pie, y seguí andando como si nada. Y, en cuanto doblé la esquina y ya no me veían, me puse a correr desesperada. Entré en mi casa con la respiración desbocada, subí las escaleras de dos en dos, di un portazo tras entrar en mi habitación y saqué ese maldito libro del cajón de mi escritorio. Empecé a pasar las páginas de atrás hacia adelante. El final estaba lleno de páginas en blanco, pero por la mitad vi que ya había aparecido escrito el nuevo capítulo de mi vida. Se titulaba “Hacer el ridículo”. Me senté en la cama nerviosa, con el libro encima del regazo. Tenía que investigar, de una vez por todas, absolutamente todo sobre ese libro que escribía mágicamente mi destino. Solté un suspiro antes de ponerme a leer. Sabía de antemano que ese capítulo no me iba a gustar.