Hay quien tiene chispa y quien no. Yo siempre la tuve. Desde pequeño lo tuve claro aunque reconozco que me costó decirlo en casa. Un día me armé de valor, los reuní en la entrada de un agujero negro y proclamé mi verdad:
- ¡Quiero ser fuego!
Los gritos de mi madre retumbaron en las 23 dimensiones conocidas en nuestra región. Acceder a esos estudios era costoso y aún más que te dieran trabajos que merecieran la pena. Llevaba siglos llegar a lo más alto del mundillo. No es que yo persiguiera un éxito arrollador o que mi nombre sonara eternamente pero tenía claro que quería dedicarme a ello.
Los primeros lustros consigues trabajos cortos y sencillos. Encender unas velas de cumpleaños o algún desangelado cigarro. Es difícil ir más allá de las cerillas y los mecheros. Mi primer proyecto de mediana duración fue calentar una cazuela en la que nadaban unos cuantos tubérculos. Demostré mi versatilidad al convertirme en fuego azul y eso siempre da puntos en las altas esferas.
Pronto me llamaron del departamento de incendios controlados… ¡incluso de algún tanatorio! Viví de ello durante décadas pero la realidad es que no me llenaba. Necesitaba algo más. Empecé a investigar y di con lo que quería: ser una hoguera de San Juan. Es un trabajo demasiado exigente pero solo sucede una vez al año solar.
Me encerré hasta perfeccionar que mis llamas bailaran al son de la música de la noche. Acepté ser pateado por aquellos que intentaran saltar sobre mí con dudosa agilidad. Aprendí a alimentarme de los recuerdos más duros de las personas y a que mi candor les devolviera esperanza. Hechizar a los que me observaran para que se enamorasen. Ser mágico.
Salgo en unos minutos. Ya puedo oler el mar. Hoy es mi gran noche.
Lectura ágil y versátil, dando al fuego una señal de identidad.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Saludos.