«Necesitaba mi ayuda»

No era una cucaracha cualquiera. Caminaba consciente de su paso, alerta a las posibles trampas que podían presentarse en su camino. Salió de debajo del frigorífico, me miró y, tras una pausa, hizo un gesto para que la siguiera.

Cruzó la puerta de la cocina y comenzó a recorrer el pasillo. Inseguro, pregunté:

—¿A dónde me llevas?

Quería asegurarme de que realmente se había comunicado conmigo. Como respuesta, recibí un giro de su cabeza sin dejar de caminar. Comprendí que me había entendido y efectivamente quería que la siguiera. Pasó por debajo de la puerta y bajó las escaleras con destreza, aferrándose con sus patas a la pared vertical.

La seguí de cerca, a paso lento, pues yo era mucho más rápido. Temí encontrarme con algún vecino. ¿Qué podría contar sobre esta situación? No suelo perseguir insectos a las cuatro de la madrugada. Creí que saldría a la calle, pero en lugar de eso, se detuvo frente a la puerta del cuarto del portero.

Se giró para encararse conmigo y quedó inmóvil. Sin llegar a saber si me entendía del todo, pregunté:

—¿Es ahí donde quieres ir?

Movió sus antenas asintiendo, o al menos así lo interpreté. Comenzó a caminar en círculos, impaciente de que actuara, ahora que ya conocía sus deseos. No soy yo mucho de forzar cerraduras, pero esa noche, como por arte de magia, me quité una horquilla del pelo y la usé para entrar.

Cuando abrí la puerta oí un chillido de lo más agudo. ¡Era ella! Hasta ese momento, no sabía que las cucarachas podían gritar. Con sus antenas señalaba algo a media altura en una de las estanterías y por su manera de gritar, deduje que le tenía verdadero pánico.

Entonces lo vi claro. Quería que destruyera el espray de insecticida. Después de todo, ¿Cómo no iba a hacerlo? No podía sola. Necesitaba mi ayuda.