La noche se vierte sobre las playas que riegan las costas de España en la noche más corta del año. Hasta allí, se dirigen, embrujadas por la magia de meigas y sueños, cientos de personas que buscan enterrar lo que tanto daño les hizo antaño y encaminar sus vidas hacia un futuro mejor.
Lentamente, el fuego se va abriendo paso, en una lucha incesante hacia el firmamento, auspiciado por la suave brisa que envía el océano y por las ramas y maderas que sirven de combustible a esas llamas centelleantes que iluminan la noche y me sirven de vestido. Es así como, cada año, mi poderosa flama consigue congregar, a mi alrededor, a quienes caminan, bordeando mi perímetro, en su anhelo de dejar atrás los malos recuerdos y recuperar las sonrisas perdidas.
Cuando el fuego muere y la noche duerme, son pocos los que resisten para dar la bienvenida al nuevo amanecer. Es ahí cuando, entre mis ascuas moribundas, puedo analizar detenidamente los rostros y corazones de aquellos que verdaderamente creyeron en el resurgir de sus vidas.
La mayoría de las veces, contemplo escenas de intensa pasión, que son alimentadas por los excesos de la noche. Desgraciadamente, una gran parte de ellas no serán, para sus protagonistas, nada más que un recuerdo perdido en una noche de verano. Otras veces, tengo la oportunidad de disfrutar de ese beso con el que comienza una nueva relación. También me encuentro con aquellos a los que el amor nunca les dio una oportunidad y buscan en el amanecer un atisbo de esperanza. Finalmente, están esas personas que tienen miedo de abrir su corazón a quien se sienta a su lado. Esta última, es la situación que más me duele y que trato de cambiar poco antes de entregar mi alma al destino.
Gran narración, muy descriptiva e ilusionante.
Me ha encantado compañero, enhorabuena.
Saludos Insurgentes