Las amigas se arrodillaron entorno a la hoguera, alejadas de los demás, que ya saltaban las brasas cerca de la orilla.
La convocatoria había sido clara: portar un objeto que representara un dolor y comprometerse a contar su historia antes de lanzarlo al fuego.
La hoguera ardía con fuerza, había llegado el momento. Todas a una, sacaron sus objetos y los presentaron, posándolos en la arena, frente a sus rodillas dobladas.
«Empezaremos por orden de llegada y yo seré la última», indicó la amiga organizadora.
«Esta es la carta de despido que me dio mi jefe la semana pasada. Me dolió, pero, después de darle tantas vueltas, ahora no tengo más remedio que cambiar de trabajo», contó la amiga indecisa, y la quemó.
«Esta es la pulsera de cuero que me regaló la adultera mi ex. Roñosa y asquerosa, como ella», gruñó la amiga cabreada, y la quemó.
«Este es mi peluche favorito, lo tengo desde los tres años. Mi madre lo quiere tirar a la basura, pero yo prefiero que arda y que suba al cielo, con las estrellas», musitó la amiga infantil, y lo quemó.
«Esta flor seca es el único recuerdo que me queda de mi boda. Mi matrimonio ha muerto, que muera todo lo demás», masculló la amiga divorciada, y la quemó.
«Este carnet de identidad muestra una cara ya no es la mía, que desaparezca como mi pasado», confesó la amiga operada, y lo quemó.
«Este es el manuscrito de mi novela inacabada, y quiero que se esfume como se esfumó mi inspiración», narró la amiga escritora, y lo quemó.
«Esta es una foto de vosotras seis, malas amigas, que habéis olvidado que hoy es mi cumpleaños», acusó la amiga organizadora, y la quemó.