Hoy veinticuatro de junio empezaría mi nueva vida, concretamente por la noche, con la hoguera que voy a hacer en mi jardín. Anteriormente había quemado etapas, pero ninguna tan dura como esta. El cuatro de mayo me habían operado de algo grave y, poco a poco, me iba recuperando, había estado tanto tiempo mal que no me había dado cuenta de que había perdido hasta la sonrisa. Me extirparon parte de mí, una que me hacía sentir mujer, pero que ya no me servía más que para llevarme desde el sofá hasta la cama en espiral, con unos dolores terribles. De todas formas, ya tenía una preciosa hija, mis sueños de ser madre se había cumplido. Volvía a ser una persona apta para trabajar, para moverme, para vivir. A más de un mes de una operación de cuatro horas me había sorprendido a mí misma cantando en la cocina mientras fregaba cuatro platos. ¡Cuántos años llevaba sin cantar y no me había dado cuenta! Tengo que reconocer que soy muy afortunada, mi marido y mi hija estuvieron ahí, siempre, cuidándome como nadie lo habría hecho, con mimo y paciencia, por suerte para ellos no soy una mala enferma. Pero todo esto ya forma parte del pasado.
Hoy haré mi hoguera en la que quemaré las pastillas que me calmaban un poco, las grapas de la operación, los dolores pasados, las ojeras que me salieron, el cansancio, las pocas ganas de vivir.
Hoy me encuentro mejor que con veinte años, porque valoro más la vida, porque tengo ganas de arreglarme y salir, porque me apetece pintarme los labios de un rojo furioso, porque me he hecho un segundo agujero en la oreja, porque he perdido peso, porque me apetece muchísimo escribir y hacer cosas que antes mi cuerpo rechazaba.
¡ESTOY VIVA!