«Nunca es tarde...»

Karen no entendía a que se debía el alboroto que esa semana se vivía en la residencia.
Los compañeros a los que sus familiares se habían llevado de un día para otro y que había desembocado en que quedarán cuatro gatos en aquel castillo a las afueras de Londres y que ya hacía años que se había remodelado y se convirtió en su hogar.
Hasta el día de hoy no se preocupó por lo que estaba pasando, pero cuando esta mañana descubrió que su inseparable amiga de las clases de pintura se la llevó su única hija esa misma madrugada y sin despedirse, decidió enterarse de porque, de repente, existía un ataque de locura generalizada.
Las respuestas de los pocos compañeros fueron de lo más diversas y variopintas : la del señor John era la más increíble:  insistía que el había escuchado de buena fuente que el Sol había explotado y se estaban llevando a las personas para vivir bajo tierra, cómo los topos.
Karen, decidió indagar más y buscó al director.
Siempre tan amable y correcto la invitó a tomar asiento en uno de los confortables sillones de su despacho y con su habitual tono de voz pausado y bajito le explicó la verdad:
Estaban viviendo el apocalipsis, un extraño virus que no sabían cómo se contagiaba estaba acabando con las personas, convirtiéndolas en monstruos.
A la mañana siguiente sentada en el porche principal vio llegar aquella furgoneta, observó cómo bajaban de ella personas, hombres y mujeres...
... ¿Cuantos años hacía?... No lo recordaba, pero aquellos ojos no los olvidaría nunca, que curiosa la vida, le robó a aquel hombre en aquella terrible guerra, y  ahora, la vida se lo devolvía para juntos vivir el final de todo.... Sonrió y pensó: " Pues no es un mal final"