Respiro profundo y noto cómo el oxígeno llena mis pulmones y sigue dando vida a mi cuerpo.
Abro los ojos y miro a mi alrededor, siento el frío que el otoño empieza a meter dentro de los cálidos hogares. Fuera, el cielo ya se tiñe de tonos grises y los árboles transforman sus verdes llenos de vida en marrones, rojos, amarillos y naranjas que anuncian la próxima caída de sus hojas.
¡Otoño! Esa estación que tanto me gusta, no solo por la bajada de temperaturas, la lluvia y su olor a humedad, a setas y a hojas caducas; sentarte en un banco en mitad del parque y disfrutar de la vista, ver los paseos de tierra y asfalto cubiertos de un manto de vida caduca, de castañas caídas y respirar hasta notar el frío meterse dentro de ti. Ver a los niños tirar montones de hojas y sentir sus risas y gritos al verlas caer sobre ellos en forma de lluvia. Mirar a las parejas pasear agarradas de la mano, en especial a los abuelitos que, después de tantos años juntos, siguen paseando por la vida agarrados el uno del otro y disfrutando del paso del tiempo.
Porque al final la vida es eso, un tiempo que avanza y va dejando a nuestro paso capítulos caducos que adornan la propia vida, al igual que el otoño.