Me había construido a mí misma piedra a piedra, una tras otra, asegurándome de que no quedase ninguna fisura. Ninguna debilidad.
Habían pasado treinta años desde que había decidido protegerme a mí misma, desde que había decidido que si quería un resquicio de paz en esta guerra necesitaba crearlo yo. Treinta años de enfrentarme a vientos y mareas que querían derribarme. Tres décadas demostrándome que era un muro que no se podía tirar.
Pero ese día… Sentía la ira, sentía el fuego. Ni si quiera entendía qué podía haber hecho para que me odiasen tanto. ¿Era envidia por la paz que había conseguido? ¿Era odio sencillamente por ser yo?
A lo largo de mi vida había descubierto que algunas cosas no tenían siempre un motivo. Puede, tal vez, que al igual que yo tampoco necesité ninguno para forjarme día a día, otros no necesitaban ninguno para querer derribarme.
Treinta años de silencio en mi cabeza. Treinta años hasta que ese día los gritos y las intenciones eran demasiado ruidosas…
Venían a por mí. Lo sabía.
Una parte de mí sabía que resistiría durante un tiempo, pero que eso no sería suficiente. Ellos tenían más odio y mucha más fuerza.
Una parte de mí sabía que esos momentos antes de que los picos me atravesasen, era la única paz que me quedaba por vivir. Así que la viví. Lucharía contra ellos desde mi paz, afianzándome en los cimientos de mí misma, asegurándome de sentirme más de lo que era, pero me negaba a rehusar a la paz. Me negaba a entrar en pánico.
Disfrutaría de mis últimos momentos, y cuando me hiciera caer, sabía que mis cimientos quedarían en ruinas para cualquiera que quisiera contemplar mi historia. E incluso después, treinta años después, se oirá el eco de mi caída.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes