"No sé en qué momento decidimos meternos en esto. ¿De verdad no podíamos conseguir el dinero de una forma, no digo ya más segura, que también, sino más sencilla?"
"Calla anda, no pierdas fuste, que no llegamos"
Según aquel aparatejo, el portal al que se dirigían quedaba al oeste, todo recto. Menos mal que había parado de llover, porque ir a la carrera, sin saber muy bien dónde, con aquellas túnicas abigarradas y con las coronas, no estaba resultando tarea fácil.
Todo fuera por conseguir dejar la mercancía en su sitio.
Si sus cálculos no fallaban, en menos de dos días estarían de regreso a su casa, con los bolsillos llenos de monedas, y sin que nadie les pudiese ir a buscar. Lo estaban haciendo perfecto, ni rastro iban a dejar.
“Recordad bien cada uno vuestro nombre y el obsequio que lleváis, no me vayáis a meter la pata”
“Y por favor, Manuel, deja de rascarte el cuello con los nervios, que se te está yendo el betún”.
Cuando por fin llegaron al destino, descubrieron que el portal era en realizad una casucha casi derruida, en cuyo patio se encontraba una familia con un recién nacido. Eso simplificaba mucho la cosa
No tenían ni idea de quiénes eran esas personas, pero, obedeciendo órdenes, les presentaron sus respetos y depositaron sus ofrendas. Dejaron a los pies de la madre con el niño una cajita de cada presente, y el resto pidieron entrarlo en la casa, para que las inclemencias del tiempo no los echasen a perder. Fue en ese momento cuando pudieron finalizar su trabajo con éxito. En cada uno de los sacos, era realmente mirra lo que había en mayor cantidad. Aquel curandero iba por fin a poder conseguir la fama que le estaba volviendo loco.
Ya de vuelta a sus hogares, mientras pensaban qué harían con todo lo que había ganado, Alfonso, Pedro y Manuel supieron que cerca de Belén, se estaba empezando a comerciar un nuevo elixir anestésico, que recordaba en parte al vino. “Pero mirra cómo beben” decían que se llamaba.
Saludos Insurgentes