«Personas como yo»

Me enamoré a primera vista. Perdidamente. Tanto así, que sentía que aquel libro me perseguía. Miré varias veces a mi espalda con la sensación de que me observaba. Lo sentía muy cerca, no era capaz de pensar en otra cosa, como un pensamiento obsesivo y recurrente. Lo había visto en una pequeña librería de saldo que descubrí una semana antes, aunque hasta ese día no había podido visitarla. Decidí no llevármelo, pero cerca de mi casa tuve que dar media vuelta y caminar en dirección contraria, desandando los casi cuarenta minutos que había avanzado.
Comencé a sentir verdadero pánico de que ya no estuviera allí, de que alguien se me hubiera adelantado. ¿Cómo podía tener tal efecto un libro? Acelerando a cada metro, iba al trote cuando apenas me quedaban doscientos metros. Entré en la librería y me dirigí directamente a la estantería. Ahí estaba, encuadernado en piel teñida de color burdeos. Respiré con alivio. Lo agarré, asegurándome de que nadie me lo iba a arrebatar. Qué tontería, eso no podía pasar. Aquel libro estaba ahí para mí.
Volver resultó un suplicio. El libro pesaba más a cada paso que daba, lo escuchaba pedirme que me detuviera y lo abriera allí mismo. Tuve que hacer un gran ejercicio de resistencia para contenerme y seguir caminando. Pero nada más llegar a casa, tiré todo lo que llevaba encima y comencé a devorarlo. Sus capítulos contaban historias sobre varias personas, personas cualesquiera, personas como yo. Historias cotidianas sin más, pero todas con un común denominador: cada una de aquellas personas entraba en una pequeña librería. Horas después, desaparecían misteriosamente.
El título del último capítulo llevaba mi nombre. Leyendo por encima, pude ver escrito lo que había hecho durante aquel día. También, haber entrado en la librería.
Personas como yo, pensé.