«Primaveras de amor y poesía.»
Me encontraba sentada en el banco de algún parque perdido en la ciudad, nunca había estado allí, pero debía de reconocer que su inmensa belleza estaba amedrentando a la bestia que vive dentro de mi alma y que amenazaba con comenzar una revolución, cogiendo para su campaña a mi corazón como rehén.
Era plena primavera y los árboles estaban comenzando a florecer, miles de flores de colores iluminaban sus verdes hojas y aquella explosión de matices hacían que ese día pareciera sacado de un cuento de hadas.
Entre mis piernas tenía el libro abierto, inmersa en una maravillosa historia de amor y lealtad que me tenía sumida en una infinita ensoñación de la que no querría despertar jamás, tan sumergida estaba en mi perfecto romance ficticio que no me di cuenta de que se había sentado a mi lado hasta que no escuché su melodiosa voz.
Conocí a Leo cuando aun estábamos en el instituto, desde entonces hemos tenido un amor incondicional que perdura en el tiempo con una fuerza incomesurable y aunque nunca le había visto como algo más que un muy buen amigo últimamente sentía que se me iba a salir el corazón por la boca cada vez que escuchaba su voz y que una manada de mariposas agresivas estaban intentando rasgar mi tripa en busca de su libertad. Quizás había leído demasiado ese estúpido libro.
Me giré para mirarlo y cuando quise darme cuenta tenía sus labios pegados a los míos, fundiéndonos juntos en un beso que parecía que iba a ser eterno -o al menos eso quería yo- mientras sentía esas mariposas asesinas revolotear por mi estómago y casi encontrar la salida, paseándose por mi espalda, recorriendo mi columna vertebral y alojándose en cada rincón de mi cuerpo como si se hubieran reproducido por momentos a la velocidad de la luz y entonces me di cuenta de que quizás tantos años de amistad solo habían sido fruto de un amor intenso e incondicional que no había sabido distinguir en un primer momento. Mientras sentía sus labios, su olor a frutas del bosque y el aire golpear contra nuestras caras ahora fundidas en una sola, no dejaba de pensar en aquel poema que tanto me había gustado de Bécquer:
''Cuando a el bajamos los ojos,
yo dije trémulo:
-¿Comprendes ya que un poema cabe en un verso?
Y ella respondía encendida:
¡Ya lo comprendo!''
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Magnífica narración!
Saludos Insurgentes