Como todos los lunes, Maurice abrió el armario y tomó la camisa de la primera percha. Detrás de esa, otras cuatro esperaban su turno. Se diferenciaban en pequeños bordados en el interior del puño, que indicaba a qué día de la semana correspondía cada una.
Aseguró el reloj de bolsillo al chaleco, se colocó el sombrero y tomó su paraguas. Al salir a la calle se dirigió a la izquierda, y comenzó a contar los pasos de camino a la estación. Contaba siempre 342 pasos, deteniéndose en el 115 en la esquina de la florería y en el 243, a saludar al boticario.
Tras pasar por la boletería, aguardó en el andén con el billete del V1-13A en la mano. Maurice siempre llegaba 7:48 a la estación y encontraba disponible ese asiento. No sabía que, aunque otro pasajero lo hubiera pedido, el boletero le hubiera dicho que ya estaba vendido.
Tras el primer llamado del guarda, abordó el primer vagón. Tres escalones, dos pasos, girar, 17 pasos hasta la fila.
Grande fue su sorpresa cuando encontró el asiento de la ventanilla ocupado. Sintió un hormigueo en el estómago y sudor en sus manos. Mostrando su billete, dijo amablemente:
—Disculpe joven, me temo que tiene mi asiento.
El pasajero lo miró y luego señaló el cartel sobre la ventanilla.
—Está es la fila 12.
Maurice se congeló, hasta que se sobresaltó cuando otro pasajero lo rozó para poder pasar. Desanduvo el camino, y volvió a contar los pasos. Una y otra vez la misma persona ocupaba despreocupada su lugar.
La cuarta vez que bajó, el guarda gritó el último aviso y las bocanadas de vapor llegaron hasta Maurice. Esa escena desconocida lo petrificó, y allí mismo vio alejarse, puntual y elegante, el tren de las 8.
El giro final es es perfecto.
Bonita historia!
Saludos Insurgentes
Me gusta como está narrado. Enhorabuena Lucía ^^