El ambiente festivo era contagioso. Risas, música, abrazos. El hormigueo anticipatorio de una buena fiesta se desplazaba en oleadas. Era la mágica noche de San Juan, el inicio del verano, las vacaciones, donde el fuego mata lo malo para que nazca lo bueno.
Sentada en la arena, completamente sola, esta Sofía. En su triste mirada bailan las llamas pero parecía ausente, inmune al calor y la alegría que reinaba en ese solsticio de verano.
Seis meses habían pasado desde el día que se hundió su mundo. Fue en su fiesta de cumpleaños, cumplía dieciocho años. Sus amigas le habían preparado una fiesta en su local favorito. Estaba radiante, contenta, feliz y con unas ganas tremendas de divertirse. Todo iba perfecto. Un grupo de chicos, estuvieron toda la noche pendientes de ella. Bailaron, cantaron y desplegaron todos los tentáculos del cortejo. Pero a la mañana siguiente no recordaba nada. Despertó aturdida, dolorida, sin recuerdos. Fue su madre la que levantó la tormenta. Entró en su habitación desencajada con el teléfono móvil en las manos. Videos de ella inundaban las redes como una plaga cruel e insensible. Imágenes de una Sofía que no reconocía, pasando de mano en mano como un muñeco de trapo carente de voluntad. Comentarios jocosos, burlas, insultos, amenazas, se extendían sin impunidad.
Ahora frente a la hoguera, no puede compartir la alegría de los demás. Las llamas la atraen de manera irreprimible, se dirige hacia la hoguera con un único deseo, cuando siente un impacto y de repente se ve tumbada en la arena con un chico encima de ella. Una mirada franca y una preciosa sonrisa la hacen titubear, pero la barrera aparece y de un empujón se deshace de él. Corre a esconderse debajo de sus sábanas, el refugio donde se siente segura y a salvo.
Desgarradora historia, llena de dolor y dureza.
Desgraciadamente, una realidad cruel.
Saludos Insurgentes