Esta carta te la daré dentro de 16 ó 17 años, pero quiero que mis palabras te lleguen en presente porque cuando en el futuro me refiera al pasado lo estaré haciendo pasando por el filtro de la nostalgia, y seguramente, cuando tengas edad de leer esto, ya sabrás que lo desvirtúa todo.
Estoy a 24 horas de competir en la final de piragüismo de los Juegos Olímpicos, tengo 34 años y una hija, tú, de tan solo 18 meses. Y me viene a la cabeza todo lo que tuve que escuchar cuando anuncié que me retiraba de manera provisional para cumplir mi sueño de ser madre. Hubo quien me tachó de loca (esa palabra siempre en la punta de la lengua para disparar a las mujeres), pues estaba en el mejor momento de mi carrera. Ya debería haber ganado una medalla de oro olímpica en los anteriores Juegos, pero una inoportuna lesión me impidió participar. Me decían que iba a tirar por la borda el esfuerzo de toda una vida. En cambio, otros me acusaron de mala madre porque a los dos meses de dar a luz volví a los entrenamientos. Me decían que era egoísta porque la abuela se venía con nosotras para cuidar de ti mientras yo entrenaba, haciendo las paradas que fueran necesarias para darte de mamar.
Ha sido duro afrontar todo este tiempo de preparación y de crianza, donde las opiniones externas siempre señalaban que me estaba equivocando. Es admirable la capacidad de la gente para gobernar las vidas ajenas. Pero el consejo que te quiero dar con estas líneas es que siempre te guíes por lo que sientas en tu interior, ahí está tu verdad, que es la que importa.
Te quiero,
Mamá.
P. D.: gané el oro.
