Había pasado unos días maravillosos al visitar a mi abuela en Barcelona, llegar a mi cama se veía apetitoso.
Llegué a la estación media hora antes y me senté en uno de los bancos de espera.
Y...
No había trenes, ni empleados, ni viajeros.
A decir verdad fue como si todo el mundo se hubiera puesto en mute.
Fui a echarle un ojo al reloj... pero, todos los relojes se veían distorsionados,
eso sí que era escalofriante.
Pensé haberme vuelto loca.
Quizás estaba teniendo una crisis, y tan siquiera podía pedirle ayuda a nadie, si es que algo de aquello estaba siendo real.
Salí corriendo al exterior.
No había nadie, el mundo era mío.
Entonces pensé que tenía dos opciones, morirme de un ataque de pánico o dejarme llevar ante la seductora idea de que podía hacer lo que quisiera.
Elegí lo segundo, porque para el hombre sabio, todos los días son fiesta.
Así que empecé a entrar en las tiendas, que se encontraban fuera de la estación.
Me probé ropa, me comí dulces, me quedé en ropa interior con una botella de whisky donde antes pasaban cientos de personas, quién con un poco de humor no querría hacer algo así ante tremendo chiste cósmico.
Al cabo de unos minutos todo volvió a la normalidad, por arte de magia.
Escribo desde la comisaría, donde me han encerrado un par de horas por escándalo público.
Aunque no me arrepiento, siempre me quedará la incógnita de qué pasó ese día,
pero al menos tendré una buena y divertida historia que contarle a mis futuros nietos.
Je, je, je...
Me ha encantado
Saludos Insurgentes
Se le ha quedado una buena anécdota para contar a sus colegas jajaja muy buen relato!