Siento los latidos de mi corazón. Intento abrir los ojos, me cuesta. La luz me molesta. No reconozco el lugar donde estoy. Blanco. Blanco en la ventana, blanco en la pared, sábanas blancas. Los brazos me pesan. Estoy tumbado en una cama. Miro a la derecha, tengo una vía en mi mano, sigo el tubo hasta la bolsa del líquido que está entrando. Palpita también. Ruido sordo. Se abre la puerta y entra una enfermera. Me mira a los ojos. Mueve la boca mientras se acerca. Con una linterna apunta directa a mis pupilas. Ruido sordo. Entra un doctor con bata blanca. Mueve la boca. Se acerca a mi. Mueve la boca. Los miro sin decir nada.
Recuerdo. Preparo la audición. Soy solista en la Banda Municipal. Tengo que llegar a tiempo, está en juego mi plaza. Me presento a la oposición de mi propia plaza. No puedo faltar. Pierdo el autobús que me lleva directo. Pienso, miro alrededor. Inicio la carrera mientras intento parar algún taxi. Todos ocupados. De músico a runner en menos que suena una corchea. Veo el taxi libre. Está en el carril opuesto. Debo cruzar. Carril vacío a la izquierda, carril vacío a la derecha.
—¡Perdona! ¿Sabes decirme dónde está el Hotel Royal?
—¡Lo siento tengo prisa!—cruzo veloz.
Veo la negra, suena la blanca. Ruido sordo.
Mi nombre es Valerio, soy músico de profesión, amante incondicional de la música. Desde aquel día, también soy sordo.