✍️ Cuenta la historia de un libro mágico que se escribe solo.
La guardia había sido tranquila, solo dos llamadas que resolvieron los agentes que patrullaban cerca. Dos peleas de borrachos que acabaron en una celda. En veinte minutos acababa mi turno, aproveché esa “tranquilidad” para acabar el informe del último asesinato en el que había trabajado. Cerraba el caso porque habíamos atrapado al asesino, no hay satisfacción mayor que poder cumplir con mi trabajo y dar a los familiares un poco de paz porque el asesino ya está entre rejas. Este era el caso número 3568-K, el asesinato de Mick Jones, un chico de veinte años. Salió con unos amigos la noche de autos, el veinte de abril del corriente año. Tomaron unas cervezas en el pub donde quedaban siempre y se marcharon al local de moda, al Maroon, a bailar y, si se terciaba, ligarse a alguna chica. Mick, según sus amigos, era el mejor colega, el que no bebía si había que conducir, el que se preocupaba de los demás y el que ayudaba a las chicas en apuros, esa fue su perdición. Mick, según sus padres, era un hijo ejemplar, el mayor de tres hermanos siempre mediaba en las peleas de sus hermanos gemelos, los ayudaba con los deberes y, les hacía de chofer, si sus obligaciones se lo permitían, para llevarlos a entrenar a baseball. Mick en el momento de su fallecimiento no tenía novia, lo había dejado dos meses antes con Laurie, una chica que no paró de llorar cuando la entrevisté. Decía que seguía queriéndolo, pero se habían peleado porque ella le dijo que prefería estar con sus amigos antes que con ella, y, para hacerle daño, le puso los cuernos con otro chico de la facultad. Se había arrepentido mil veces de las estupideces que hizo y dijo, pero ya no había vuelta atrás.
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Encarni Prados Moreno
Soy de Granada, me encanta leer y también escribir relatos.
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