«San Juan nevado»

Había interiorizado el refrán “hasta el 40 de mayo no te quites el sayo”, pero lo de este año es excesivo. Los meteorólogos no alcanzan a explicar lo que está ocurriendo y los ecologistas culpan a las emisiones y al cambio climático, aunque las formas no sean las esperadas: no es que nos encontremos con estaciones extremas, verano e invierno, y sin estaciones intermedias. Este año, que ha transcurrido sin pena ni gloria, sin nada que destacar hasta ahora, se convierte en “el año sin verano”.
Vivo en Madrid desde hace trece años. Estoy acostumbrada a los 37ºC a la sombra de sus calles en julio, lo que se ha ocurrido sistemáticamente desde que estoy aquí, y desde siempre, según mis conocidos. Este año, hasta el momento normal, nos ha sorprendido con una tormenta de nieve inabarcable en pleno mayo, bloqueando el día a día de los madrileños por completo. Desde entonces, el cielo no se ha despejado en ningún momento. El gris, el frío y la nieve han protagonizado nuestros días y nuestras noches. La manta y la calefacción se han convertido en compañeros insustituibles.
También nos tiene sorprendidos el cambio en la flora y la fauna. Prácticamente ha desaparecido todo lo que había crecido hasta ahora para ser sustituido por algo que llaman pasto antártico salpicado ocasionalmente por algún clavel. Es algo que sólo había visto en los documentales, hasta ahora.
Tengo que confesar que hay un matiz que no me desagrada. No se puede circular prácticamente por ningún lado. Hay escasos vehículos a motor y no están pensados para el día a día. Gracias a ello, el gris del cielo es sólo por los nubarrones y no por el humo; el aire está helado, pero limpio; y el pueblo se ha lanzado a las calles en hermandad.