Agua, tierra y fuego. Los tres elementos que desencadenarán el verano.
Cada solsticio de verano, magos, druidas y hechiceras se encargan de que la magia de la hoguera no se apague. Durante generaciones se han encargado del ritual de la noche del solsticio de verano y este año no marcaría la diferencia.
Ocultos bajo sus largas y abundantes barbas, los magos más ancianos, ayudados del fuego de la hoguera se encargaban de quemar los recuerdos que debían ser olvidados. Miles de mundanos desconocían de su existencia, y debía continuar siendo así.
Les seguían los druidas, con la magia del agua. Cubiertos con túnicas oscuras, se adentraban en el lago más cercano a la hoguera, sumergiéndose en este al unísono. Su labor era retener los caudales del agua e impedir cualquier acontecimiento meteorológico, para hacer así que las llamas de la hoguera no se apagaran en toda la noche.
Por último, las hechiceras más jóvenes recogían todo tipo de plantas, en especial, muérdago. Lo usaban para rodear la hoguera, y dadas de la mano alrededor de ella, recitaban una y otra vez los hechizos que habían aprendido durante todo el invierno.
Todo está preparado, todo está listo.
Pero de repente, alguien aparece entre los árboles. Una mujer menuda, con los ojos llorosos y el pelo cortado a trasquilones hace que el hechizo de las brujas se detenga, que los druidas asomen la cabeza por encima del agua y que los magos miren incrédula a la mujer que ha aparecido de la nada.
La misma mujer que ha rechazado el amor para no herirlo en el solsticio de verano.
Porque esa mujer, la reina del hielo, no quiere que el verano llegue.
Porque para la reina del hielo, el verano es su sentencia de muerte.