🏖️ Imagina un mundo en el que nadie tuviera que trabajar.
Un día se acabó el trabajo. Así, de repente. Nadie sabe cómo ni por qué. Simplemente dejó de existir. De la noche a la mañana, las grandes naciones cayeron, los gobiernos colapsaron, el capitalismo se derrumbó. Pero aquello ocurrió de fondo, a lo lejos, como un rugido atronador tan distante que no puedes hacer más que preguntarte vagamente: «¿qué habrá sido eso?». No. La gente estaba demasiado ocupada teniendo una crisis existencial como para prestar atención al fin de la civilización tal y como la conocíamos. Y es que, con la desaparición del trabajo, vino la desaparición de las profesiones. De repente, cuando alguien te preguntaba «Y tú ¿qué eres?», ya no podías contestar como solías hacerlo. Abogada, profesor, dependienta, camarero. Abrías la boca y solo salía un silencio hueco. Sin las muletas de las profesiones, las personas se vieron obligadas a enfrentarse a una pregunta nueva y terrorífica: «si no soy lo que hago, entonces, ¿quién soy?». Nos retorcimos hacia adentro, desesperados por encontrar un trozo de identidad en nosotros al margen del trabajo que nos había abandonado. «De pequeño fui a una clase de pintura, ¿soy artista?»; «Siempre me ha gustado mucho cocinar, ¿soy cocinera?». Quiero hacer esto, lo otro, lo de más allá, pero nunca antes tuve tiempo. ¿Serán esas cosas las que me dirán por fin quién soy en realidad? Fue un proceso lento y doloroso, el desenredar el ser y el hacer, pero poco a poco, la humanidad volvió a encontrarse consigo misma. O quizás se estaba conociendo por primera vez. Encontramos sentido en otras cosas. «Soy hijo, padre y marido»; «Soy graciosa y apasionada, aventurera y curiosa». Descubrimos lo complejos, lo multifacéticos, lo felices que podíamos llegar a ser cuando el trabajo nos abandonó y recuperamos nuestro tiempo.
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Lourdes Ureña Pérez
Nacida en Jaén, pero criada en Córdoba desde los siete años, me han apasionado…
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