«Silla de cámara»

Entra corriendo en la librería, donde el calor de la chimenea inunda el ambiente. En el mostrador pregunta por su reserva y la dependienta se la entrega, intercambiándose dulces sonrisas.

Busca dónde sentarse.

Alrededor de la lumbre, los sofás están atestados de lectores. Se retira a un lado del pasillo, se apoya en una puerta pero ésta cede al instante y cae. Desde el suelo, levanta la mirada, aunque está oscuro. Cuando se acostumbran sus ojos ve a alguien que la mira; una cara que parece a punto de colapsar de sorpresa.
—¿Quién eres tú?
—Soy Irene, y he llegado aquí por accidente.
—¿Y tú?
—Noah.
Afina la vista y repara en la silla de ruedas.
—¿Son las cámaras de seguridad? No sabía que hubiese.
—...
—¿Llevas tiempo aquí?
—Toda la vida... el negocio es familiar.
—Vengo desde niña y nunca te vi ¿Por qué?
—No salgo mucho.
—Pareces de mi edad. ¿Estudiaste aquí?
—Poco.
—Es muy raro que, siendo un pueblo tan minúsculo, no te conozca.
—...
—¿Hay interruptor de la luz?
—¡No enciendas! ...No funciona. Debes marcharte.
—Claro, perdona. Un placer...extraño... conocerte.

Durante las siguientes visitas a la librería empieza a sentirse observada con todas las cámaras.

Un día, el rostro de la dependienta está matizado con gran tristeza. Al verla, la lleva hasta la sala de cámaras, ahora bañada de luz natural.
—Era mi hermano.
—¿Era?
—Murió anoche. Su enfermedad se había agravado.
—Lo siento mucho...¿Por qué nunca supe que tenías un hermano?
—Sí lo sabías.
—Imposible.
—¿Recuerdas en tercero de primaria a un niño con muletas? Era Noah. Estuvo yendo hasta que no pudo soportar las burlas. Después empezaste a venir y se interesó por ti. Quiso poner cámaras para contemplarte... y dibujarte.
Le señala la estancia. Está repleta de retratos de ella, desde su niñez hasta hoy, captándola cuando leía.

—El pronóstico de su enfermedad no le daba más de cinco años de vida. Sin embargo, duró veinte. Y fue gracias al amor que te profesaba.