Querido yo,
Siempre te he tenido presente. De hecho, tu presencia es lo único que puebla mis pensamientos todas las noches. Si he necesitado pastillas para dormir durante años ha sido por las ganas que tenía de enviarte esta carta.
Simplemente quería decirte que fuiste un gilipollas. Un gilipollas egoísta. Hazme un favor y deja de serlo. Hazme otro y siéntate con tus padres. Diles lo mucho que los has querido siempre, lo mucho que has valorado todos y cada uno de sus sacrificios, lo mucho que te preocupas por ellos a pesar de que nunca lo has demostrado.
Cuando lo hagas, repite el mismo procedimiento con tus amigos. Agradéceles su compañía y deja de avergonzarte de ellos. Te dieron una oportunidad cuando nadie más lo hacía. ¿Acaso eso no es suficiente para rendirte a sus pies?
Una vez acabes, ya va siendo hora de dar el paso final: ella. Basta ya de engañarte a ti mismo. Te gusta, joder. Te gusta mucho. Y tú te empeñas en decir que es “solo una amiga”. Bueno, pues peor para ti. Te arrepentirás toda tu vida por no haberle echado pelotas. Porque es irremplazable y lo sabes bien. El día que te falte maldecirás a todos los demonios.
Ah, y ten un poco más de proyección, de perspectiva de futuro. Los videojuegos están bien, pero habrá que empezar a dedicar el tiempo libre a otras cosas si quieres comer caliente. Lánzate al primer charco que veas, da igual si te equivocas. Al menos contarás con un incentivo para superarte. Algo de lo que sacar tajada si las cosas marchan bien.
Por cierto, péinate un poco, coño. El flequillo engominado no le queda bien a nadie. Y tú no eres la excepción.
Un abrazo, chaval.
Estoy orgulloso de ti, a pesar de todo.
