Babilonia Libros es mi librería favorita, el piso de adoquines y las estanterías hasta el techo me sumergen rápidamente en otro mundo. Aquel mediodía estaba particularmente vacía, solo las campanillas de la puerta me recibieron.
Empecé a recorrer los estantes de libros usado y hacia el final del pasillo vi, por vez primera, una puerta de madera. No tendría más de 1,2m de alto y un cartel:
“SOLO PERSONAL AUTORIZADO”.
Podría decir que buscaba el baño o al librero. Pero lo cierto es que sentí curiosidad, esa curiosidad irrefrenable que te hace leer hasta la madrugada con una linterna bajo las sábanas. No debí, pero abrí la puerta y entré.
La habitación era alargada y por los tragaluces del techo a dos aguas entraba la luz blanquecina del amanecer. Sobre dos largas plataformas reposaban varios libros y, alrededor de ellos, bancos de trabajo, guillotinas, papeles y otras herramientas en miniatura. Si no fuera por el orden industrial hubiera pensado en una casa de antigüedades.
De pronto, se oyó un silbido de fábrica y cientos de pasos interrumpieron el silencio. Pasos diminutos de obreros diminutos. Rápidamente ocuparon sus lugares alrededor de los libros y comenzaron a pintar ilustraciones gastadas, recortar y reparar esquinas de hojas, coser encuadernados. Los libros parecían gigantes al lado de sus restauradores.
Seguía embelesada cuando notaron mi presencia no autorizada. Cientos de ojos pequeñitos se clavaron en mi, dejaron los libros y empezaron a moverse organizadamente. Entonces grité señalando los tragaluces, cuando los hombrecitos giraron para mirar hacia ahí, escapé por donde había entrado.
De vuelta en la librería tapé la puerta con un viejo sillón. Me sentí un poco exagerada pero, lector precavido vale por dos.
La curiosidad hizo del protagonista un sueño entre libros.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes