Esas cervezas con los compañeros de trabajo para celebrar que habíamos entregado el proyecto y había gustado a nuestros jefes estuvieron muy bien. Esa noche, Luis tenía un brillo especial en la mirada, destellos de luz en sus ojos que no se dejaban ver todos los días. Se podría decir que estaba contento.
Mi contrato con la empresa acababa con este proyecto y fue como si quisiera quedarme más tiempo atrapada en su mirada. Sabía que difícilmente volveríamos a vernos. Que nuestra historia acabaría esta misma noche.
Así que me lancé y le propuse a Luis dar un paseo mientras nos despedíamos de todos los demás compañeros de trabajo. Él sonrió con gesto de aprobación y nos propusimos contarnos nuestras inquietudes, sueños y proyectos futuros mientras dábamos vueltas sin rumbo por la ciudad desierta. Como en aquella película tan buena.
Absorta en sus palabras, en las mías y en esos ojos que me cautivaron desde la primera vez que se cruzaron con los míos, perdí la noción del tiempo. Me di cuenta demasiado tarde de que el tren que me llevaría a mi pueblo había salido hacía media hora.
Luis me dijo que todo tenía solución en esta vida y sus palabras llenaron de ánimo mi zozobra espacio-temporal. Me puso la zancadilla para hacerme caer al tiempo que me sostenía con sus brazos mientras me besaba, con un gesto elegante paró un taxi y me susurró al oído:
—Te estaré esperando aquí dentro de un mes a esta misma hora.
Cerró la puerta trasera del taxi al tiempo que por la ventanilla del copiloto le extendió un billete al conductor y le dijo que se quedara las vueltas.
Porque él, nosotros, desde ese momento, éramos ricos. Ricos en amor, un amor por construir a partir del mes siguiente.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes