Leyre Jaime Pérez

«Tiritas»

463 palabras
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No me ha tomado mucho tiempo llegar a esta playa. He aparcado mi Seat Ibiza blanco a escasos kilómetros de distancia, ya que para llegar aquí hay que recorrer un ligero sendero. Para mi sorpresa, la playa está completamente desierta. Mi cuerpo está envuelto en un largo vestido de gasa blanco que alcanza mis tobillos. Por eso, lo he arremangado sutilmente cuando he hundido mis pies en la arena. Después, he juntado mis rodillas y he colocado mis brazos cruzados en ellas para apoyar mi cabeza. Mi pelo cae hacia la izquierda y sé que pronto se llenará de sal y arena. Pero no me importa en absoluto. 


Con el paso de las horas, noté como el sol cambiaba de posición mientras la marea subía. Hundida en mis pensamientos, una leve sensación de escozor me ha sacado de ellos y me he dado cuenta de que me había hecho heridas en los pies. Muchas heridas. No las había visto hasta hoy. No me habían dolido hasta hoy porque no las había visto. Porque no sabía que las tenía y porque mi atención llevaba tiempo puesta en otras cosas. Pero fue la sal del mar, al acariciar suavemente mis pies en la orilla de Mallorca, la que me hizo darme cuenta de su existencia, a través del escozor. Y entonces, empezaron a doler. 


Heridas. Si a veces no nos damos cuenta de las heridas externas, esas que son visibles ¿cómo podríamos siquiera encontrar las heridas internas? E incluso peor, ¿cómo íbamos a ser capaces de sanarlas?


¿Y si lo que cubriera mis heridas fueran tiritas de papel? ¿Y si al día siguiente llovía? ¿Qué ocurriría entonces? Las gotas ácidas harían que el papel se desvaneciera hasta disolverse, dejando al descubierto el rojo más puro de la carne y de mis heridas. 


    ¿Por qué se dice que lo que escuece cura? ¿Por qué no se menciona el peligro que implica aplicar constantemente limón a una herida? Si está abierta, escuece. Nos hace daño. ¿Por qué no esperamos a enfrentarla cuando está cerrada? ¿Qué tan masoquista es el ser humano? ¿Será aplicable el dicho «ojos que no ven, corazón que no siente»? Quizás por esta misma razón insistimos en ocultarlas, en ignorarlas. Inconscientemente creemos que si no vemos las heridas, no hay nada que sanar y podemos seguir. Pero nos equivocamos. Están ahí y cuando menos lo esperamos, vuelven a escocer, porque no han cicatrizado. Y no atendemos los efectos de las heridas que se resisten a sanar, aquellas que mantienen el dolor vivo y no se disipan con el tiempo.


    Supongo que seguiremos ocultando las heridas. Las seguiremos ocultando tanto que al final el dicho evolucionará y dirá:


Ojos que no ven, 

corazón que no siente 

y heridas que no ves, 

heridas que no duelen. 

Leyre Jaime Pérez
Leyre Jaime (Alicante, 2002), solo una chica que vive a base de espejismos románticos y que, de…
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