El viaje había sido largo y llevaba todo el día sin parar. La maleta pesaba excesivamente y aún me faltaba mi guitarra. Al salir esta de la cinta me tambaleé como pude hasta el metro. Bajé las escaleras y esperé esos cuatro minutos eternos, aunque la música siempre me acompañaba, ese indie decoraba cada paso hasta casa. Mientras esperaba el metro, a mi derecha, una chica de unos 15 años y una mujer de unos 65 empiezan a conversar. Tal vez la anciana tuviera dudas sobre algún asunto de los que hoy en día solo jóvenes manejan. Entré como pude al metro y apoyé la guitarra entre mis piernas. Se sentaron enfrente mía y yo solo observaba y las escuchaba, mientras sonaba de fondo música que las acompañaba. Se cuentan de dónde son, qué hacen allí y qué les gusta, pero sobretodo ríen, ríen amablemente como quien disfruta de una conversación tan simple como esa. Ríen nostálgicas, ella hacia el futuro que le toca por venir y ella hacia el pasado que ve en los ojos de la chica. Supongo que son minutos que alargan vida, dónde solo se ve ilusión por que todo les vaya bien. Se piropean como abuela y nieta. Su parada. La anciana se levanta, “Igual nos vemos”, balbucea la chica. No pude evitar sonreír, y ellas lo sabían. “Igual si”, sonrieron como gesto de despedida. La chica me miró, lo entendí. Dos paradas después la chica se levantó y se marchó. Yo permanecí hasta mi parada, pero con una huella más sobre lo inmenso de las pequeñas cosas. Me despedí a través de la distancia como quien cuida lo que ve. Y es que a veces 50 años de diferencia son suficientes para darte cuenta de que no existen edades, que lo importante es vivir.
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Duna Nicolau Bartel
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Miembro desde hace 3 años. 2 historias publicadas.