«Todo empezó con un farolillo»

Las calles de Usera bullían por la actividad, hoy era el año nuevo chino. Era la primera vez que me acercaba a tan colorida celebración y no podía estar más anonada por la belleza de los dragones danzantes; de los elegantes vestidos que llevaban, recordando una historia milenaria olvidada por occidente. Podía sentirme, por un corto período de tiempo, en las calles de algún pueblo del gigante asiático. Fue entonces cuando, entre el grupo que transportaba los fuegos artificiales que vi el rostro del hombre más atractivo que jamás había visto. Tenía la mejilla sucia por la pólvora, pero sus ojos brillaban con entusiasmo y sonreía a los más pequeños que corrían a su alrededor. 
Por primera vez en mi vida me sentí como una tonta, sin palabras; mis mejillas adquiriendo el mismo color de las decoraciones que colgaban por las ventanas. Y, atraído por mi mirada, el hombre se giró, encontrándome con la mirada y me sonrió. Mis mejillas debieron enrojecer aún más porque me sentía como una bombilla y, cual idiota, me di la vuelta tan rápido que choqué con unos turistas con quienes me disculpé antes de huir. ¿Valiente? No, pero quien era yo para discutir a mis instintos. 
Pasé la tarde pensando en él, riendo con otros visitantes, o con amables señoras que me daban banderines hasta que llegamos al parque para hacer volar los farolillos. Sentada en el borde del lago, miré como la gente empezaba a dejar sus farolillos. 'Ojalá tuviese yo uno' pensé, algo triste. Un farolillo apareció de la nada delante de mi rostro, confundiéndome, hasta que lo vi, detrás de éste el mismo hombre con la ennegrecida marca. Me acercó el pequeño objeto de papel y lo soltamos juntos y así hicimos todos los años siguientes; dejar volar nuestro farolillo.