Por estas fechas es nuestro aniversario. Es difícil saber cuándo exactamente. No somos de las que piensan que una relación comienza de un día para otro, sino más bien que se va forjando a poquitos, con el día a día; recuerdo a recuerdo, momento a momento.
Hemos querido celebrar este momento tan especial en un lugar igual de especial. Hemos vuelto a los Lagos de Covadonga, lugar donde nos vimos por primera vez y, como si de un flechazo peliculero se tratara, ya nunca más nos separamos, al menos en esencia. Hemos mantenido una relación a distancia, cuidada con tantas visitas como nos permitía nuestro tiempo libre y más videollamadas de las que nunca pensé que haría.
Subimos cuando el sol ya caía y el atardecer se acercaba. Ese momento en el que la luz se tornaba rosada me pareció el momento adecuado para decir lo que tanto había callado. La tomé de las manos:
- Tengo que decirte algo.
- ¿Todo bien? -dijo con aire preocupado.
Sé que en ese momento su cabeza se había convertido en un remolino y que estaba dándole vueltas a todas las posibilidades terribles que se le ocurrían al ver mis ojos llorosos y el tic en mi labio inferior.
- Sí, pero no. - respondí.
- Sea lo que sea, estará bien. Seguro. Pero ahora tienes que decirme qué pasa o me dará un infarto aquí mismo. - una lágrima resbalaba por su mejilla izquierda.
- A ver... Ya te expliqué lo difícil que había sido mi relación anterior. Pues, con más miedo que vergüenza, omití un detalle importante. Importantísimo, en realidad.
- Me estás asustando. ¿Sigues viviendo con él o estás casada o algo así? -le temblaban las manos. No podía alargarlo más.
- ¡No, no, no! Ni en broma. No, es otra cosa. No te lo dije al principio por miedo a tu reacción y, a medida que pasaba el tiempo, cada vez era más difícil.
- ¡Venga, dilo! ¡Sin anestesia! Me va a dar algo, cielo.
- Tengo una hija. ¡Ya está! ¡Ya lo he dicho!
Se sentó en el suelo despacio y en silencio. Mantenía la mirada perdida al frente. Después de unos segundos que se me hicieron eternos, me miró.
- ¿Tanta parafernalia para eso?
- ¿Perdón? -esa frase me dejó perpleja. No supe cómo reaccionar. Me senté a su lado.- ¿Parafernalia?
- ¡Claro! O sea, es importante, pero no es una información catastrófica. ¡Casi me da un infarto! -estaba entre enfadada y aliviada. Me gritaba mientras empezaba a surgir esa risa nerviosa que tanta gracia me hacía.- Háblame de ella.
- Había imaginado tantas posibilidades terribles... -me eché a llorar, sintiendo un alivio inmenso.
- Sí, si en eso nos parecemos peligrosamente. -se reía descontroladamente.- ¡Que me hables de ella!
- ¡Ay, sí! ¡Perdón! -cogí aire- Pues es un terremoto de dos añitos que ya corre más que anda y habla más de lo que soy capaz de entender. Es como así de grande -me señalé aproximadamente la mitad del muslo con la mano- y está obsesionada con el color morado y con subirse encima de todos los perros que ve.
Lo dije todo de carrerilla, sin coger ni un ápice de aliento. Me quedé mirándola, expectante.
- Suena acojonante y precioso. Tendrás que tener paciencia conmigo, no sé nada de peques.
Inclinó su cuerpo y apoyó su cabeza en mi hombro.
- Me habías asustado, tonta.
- Cualquiera hubiera reaccionado peor, seguro. Eres un regalo... Gracias. -le besé la frente sintiéndome la mujer más afortunada de la Tierra.