El bullicio en la estación de ferrocarril es el típico de un domingo. La gente se mueve en todas direcciones, al igual que las emociones: una pareja de novios deseándose buena semana, una madre que le dice al hijo que coma bien y un ciego que se gana el jornal lustrando zapatos.
Aunque nadie lo sabe, en breve una nave alienígena, proveniente de un lugar desconocido, iniciará un ataque indoloro, instantáneo y selectivo. A través de la emisión de una combinación única de colores, en forma de barrido sobre la superficie terrestre, solo las personas con el nervio óptico operando se volatilizarán.
En un instante, la estación de ferrocarril pierde toda su animosidad. En los andenes las maletas quedan huérfanas; las locomotoras, inmóviles y, en un lado, el ciego pasa un cepillo al aire hasta que se da cuenta que ha desaparecido el zapato y su portador. Aturdido, se marcha entre refunfuños.
En uno de los bancos sigue Carlos durmiendo. Tras dos días de intensa juerga, su cuerpo dejó de estar operativo hace un par de horas. Está sumido en un sueño profundo que termina cuando un tren sin maquinista ni control irrumpe en la estación y se empotra contra el final de la vía provocando el descarrile de todos los vagones y un estruendo brutal.
—¡Pero qué coño!
Se levanta y va corriendo hacia el accidente. Sin embargo, no encuentra a nadie a quien salvar. Toma el teléfono temblando y empieza a llamar a sus contactos, pero no responden.
—¿Qué demonios pasa?
La incertidumbre le durará hasta la nueva emisión de la letal señal, al día siguiente. Pero hasta entonces tendrá tiempo para hacer lo que otros no pudieron: maldecir el tiempo perdido, renegar de las cosas superfluas a las que dio valor y añorar los besos no dados.
Una historia enternecedora!
Enhorabuena
Saludos Insurgentes
Ese ataque alienígena me ha recordado un poco al chasquido de Thanos, uff. Pobre protagonista