Siempre que me arrastraba lo hacía con fuerza, con tanta que apenas era capaz de recordar mi nombre. Habían pasado tres meses desde la última vez que había sufrido unos de mis “ataques”, dos semanas desde que había recibido la carta para enrolarme en el ejército. Dos semanas para decirme a mí mismo que no estaba yendo hacia una muerte segura.
Había tardado mucho tiempo en obligarme a subir a ese tren, porque cada ápice de conciencia que tenía me gritaba que debía huir. Correr hacia ningún destino, dejando atrás la carta, el ejército y el tren. Debí haber sabido que eso provocaría otro de mis accidentes.
En el billete que había comprado aparecía un número de dos cifras, pero este se volvía difuso cuando lo miraba. Traté de prestar atención a los asientos, a los pasajeros que ya se encontraban bien sentados.
Compañeros de la muerte, susurró mi mente. La ignoré.
Cada número bailaba en mi visión, mientras me quedaba ahí de pie, con un paso en mi futuro y otro todavía atascado en el pasado que ya se había esfumado.
- ¡Muévete! – me gritó alguien empujándome. - ¡No tenemos todo el día!
Musité una disculpa que nadie pudo oír, pues mi voz había quedado atrapada entre los números danzantes. Nunca encontraría mi asiento, porque no estaría en el tren. Todo se apagó a mi alrededor, salvo el miedo creciente de saber exactamente qué estaba ocurriendo.
Otra vez no, pensé.
Tres meses habían sido demasiados pocos para volver a ser lanzado, para volver a tener uno de mis accidentes. Pero daba igual lo que yo pensara.
La siguiente vez que abriera los ojos, no habría ejército, ni carta, ni tren. La próxima vez que abriese los ojos ni habría guerra, pues quedarían diez años para que esta empezase.
Una historia estremecedora con final incierto.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes
Me ha gustado mucho tu relato ^^