Un día más que visitaba una librería huyendo de mi vacío existencial. El frío de aquella tarde casi me echa para atrás, pero la lluvia —¡oh, la lluvia, delicioso elixir celeste!— me invitaba a pasear en su caricia. Llegué empapado, también renovado. Mis expectativas, sinceramente, no eran muy altas respecto al material que fuese a encontrar, mas, tras un rato de revolver montones de libros y ojear algunos de ellos, hallé un ejemplar en un rinconcito inesperado.
Al cogerlo, el polvo me hizo soltar unos estornudos y, al abrirlo, casi se separa la cubierta del lomo. El idioma aparentaba ser alemán. Iba a dejarlo cuando unas letras comenzaron a unirse hasta formar la siguiente frase: no me sueltes o te arrepentirás. Me asusté. ¡Qué extraño suceso! Me di un par de guantazos con discreción y lo reabrí... ¡Oh, Dios! A cada pregunta que mi mente esbozaba, sobre la página que estuviera abierta, una respuesta me era formulada. El libro manifestaba vida propia. Ante cualquier duda que sentía mi mente en sus páginas se removían y agrupaban las letras saciando por completo mi curiosidad: historia, filosofía, religión, daba igual... ¡Al fin un libro que me proporcionase todas las respuestas!...
Desde entonces es el único libro que guardo en mi estantería; me deshice de todos los demás. ¡Las posesiones son una carga! Le he construido un pequeño altar con un lecho sobre el que tumbarle por las noches. A diario, después de la esclavitud laboral e interpretar mi papel en la sociedad, damos joviales paseos por el campo y mantenemos profundas conversaciones en el sofá. Pues resulta que también me da consejos frente a las contingencias del día a día y las disquisiciones de mi alma...
Al fin el caprichoso destino me brindaba la amistad que durante tanto tiempo anhelé.