Estábamos mi compadre Juan y yo en el banco del río Pisuerga, apurando los últimos tragos de la noche, cuando algo en la otra orilla captó nuestra atención. No crean ustedes que habíamos bebido demasiado, pues con las quince pesetas que juntamos solo nos alcanzó para una botella. Una figura blanca, desgarrada y con un caminar de los mas extraño cruzó a gran velocidad entre los abedules. La luna casi lucía plena con lo que mis ojos no me engañaron. Desapareció por un momento, mientras Juan y yo nos quedamos inmóviles, sin creernos del todo lo que habíamos presenciado. Apareció de nuevo y regresó por donde había venido, esta vez parecía caminar. Abandonamos el lugar con el miedo en el cuerpo y fuimos directos a la taberna a contar lo sucedido. Nadie nos creyó. “Cosas de críos” dijeron.
Al día siguiente, a la misma hora, el ritual se repitió. Hartos de nuestra insistencia en la taberna, Manolo, el carnicero y José Ángel, el de los pastores decidieron acompañarnos al día siguiente.
Manolo trajo una escopeta. Ya me dirán ustedes de que sirve llenar de plomo a un ser del más allá. El caso es que, sin dudarlo, cuando aquel ente apareció de nuevo, apretó el gatillo dos veces. No sé si acertó o no, pero no hubo ninguna reacción, y aquello, que sin duda no era humano, desapareció como siempre lo hacía. Nunca supimos nada más sobre esa cosa, fuera lo que fuese.
Hola querida,
Te escribo desde el hospital, no te asustes pues mis heridas no son graves. La historia de cómo acabé aquí es difícil de creer, pero tendrás que hacer un esfuerzo en creerme.
Estaba en la parroquia con el grupo, preparando la obra “Pedro Páramo”, una adaptación de un autor mexicano. El café que prepara el bedel es fuego para el estómago y cuando iba a hacer del vientre, encontré que el lavabo estaba averiado. Salí raudo a la arboleda y por evitar mirones, anduve unos metros para adentro. Descargué lo que hacía sonar mis entrañas y cuando levanté, vi dos jóvenes con la mirada absorta en mí. Caí en la cuenta que, con las prisas, ni me había quitado el disfraz de fantasma. Tan divertido me pareció que lo repetí a la noche siguiente. Esta vez sin defecar ni nada, sólo por el gozo de verlos asustados. Al tercer día, había preparado una vela y planeado una coreografía que los iba a dejar boquiabiertos. Ya existían rumores por el pueblo pero después de aquello, correrían como la pólvora. No cabe decir que nada salió según planeado y, por tratar de ser gracioso, recibí dos escopetazos y llevo medio cuerpo lleno de perdigones.
Saludos Insurgentes