Anne subió a la buhardilla y admiró el abedul en flor junto a su ventana. Desde que había llegado a Tejas Verdes sabía que aquel lugar era perfecto.
—¡Oh, señorita Cuthbert! Es como un sueño.
—Recuerda que estás de prueba. Y llámame Marilla.
—¿Puedo llamarla tía Marilla?
—No. Yo no soy tu tía.
—Podemos imaginarlo.
—No. Duérmete. Mañana irás a la escuela.
—¡Oh! ¿Cree que tendré una amiga del alma?
—¿Una qué… ?
—Un espíritu afín… Solo he tenido amigas ventana.
—Eres muy rara.
Marilla cerró la puerta, bajó a la cocina donde su hermano fumaba en pipa frente a la chimenea y se sentó a su lado.
—Somos mayores para hacernos cargo de esa niña. Y ha venido de un orfanato. Nadie sabe qué les sucedió a sus padres o por qué la han devuelto otras casas de acogida. Rachel Lynde dice que unos amigos de los Blythe acogieron un niño, les envenenó la acequia y murieron todos.
—Rachel es una vieja cotilla. Y Anne es adorable. Que se quede.
Marilla se fue a dormir con el corazón encogido. Matthew le había cogido tanto cariño a esa niña… Era rara, pero parecía tener buen fondo. Concibió el sueño y, en mitad de su viaje onírico, olfateó algo que le hizo abrir los ojos. El humo entraba por debajo de la puerta. Corrió rápido al pasillo, que ya era pasto de las llamas. La habitación de Matthew era fuego y no sabía cómo llegar hasta la buhardilla. Se asomó a su ventana sabiendo que no sería capaz de salir por ella.
Lo que vio la aterrorizó. Desde el jardín, Anne Shirley contemplaba el fuego con una sonrisa y una mirada que hubiera hecho temblar al mismísimo diablo. Le guiñó un ojo y se marchó, saltando y cantando bosque adentro.