Caminaba ligera hacia ningún lugar. El sol le daba de frente y sentía que sus pies sangraban, como si flotara entre cristales. Al fin era libre.Hacia tiempo que quería romper, romper su matrimonio, romper con todo y respirar, respirar y sentir como si tuviera el mar cerca viviendo en Madrid. Y así lo hizo aquella mañana.Se despertaba a las cinco con su día organizado, como a él le gustaba, a veces improvisado con algún bofetón si decía algo indebido. Y esa mañana dijo hasta aquí. Basta de llorar hacia dentro por sus hijos, basta de sentir que lo merecía, que los golpes eran las caricias que iba a recibir, que era su final ya escrito. Ella que para evitar conflictos había normalizado esta vida que llevaba a cuestas, no se dio cuenta que se estaba construyendo sus propias cadenas mientras él cortaba sus alas de las que tiempo atrás se había enamorado. Y así se lo dijo tras preparar su desayuno, incluso se permitió un golpe en la mesa como los que él solía dar y que retumbaban en su cabeza durante días. No recuerda muy bien las palabras que había estado ensayando tanto delante del espejo mientras maquillaba sus errores. Y entonces, su cuerpo se encogió para recibir golpes donde más daño le hacía, aunque no creía que ya le quedara ni un recoveco sin dolor. Pero no hubo reacción, recuerda que cogió algo y salió.Cuando en aquel paseo notó que, aquella sangre que corría por sus pies, no eran suyas, sino del cuerpo de dos años que llevaba entre sus brazos. Efectivamente le había dado donde más le dolía.Y entonces, sonó el despertador de las cinco de la mañana, y se alegró de su mañana organizada.