Hacía años que no bajaba por aquellas escaleras. Pero mientras lo hacía, mis pies encontraban cierta familiaridad en los resbaladizos escalones. El aire estaba fresco y la oscuridad hacía que mis dedos fueran más sensibles a las frías piedras que tapizaban el pasadizo.
Mis últimos visitantes habían sido aburridos jóvenes descarriados, cuyo único interés era saber si iban a tener éxito en esta o aquella tontería. Pero el anciano que acababa de cruzar la puerta de mi librería tenía algo de especial, y compensaba con creces mis agónicos intentos de cerrar el negocio.
Era un hombre de unos noventa años, la piel desgastada por el sol y de ojos vidriosos. Un simpático perrito lo acompañaba. El anciano caminaba con mucha dificultad y respiraba fatigosamente, ¿qué interés podría tener alguien así en saber lo que le deparaba el futuro?
Tras intercambiar unas breves frases y decirme su nombre, me dispuse a bajar al almacén, en busca de Su Libro. Me costó un buen rato encontrarlo; mis ojos no estaban acostumbrados a aquella penumbra y las telarañas que cubrían las estanterías no hacían más fácil mi tarea. Por fin di con el libro. “Vida de Nemesio Tres Ríos Galván”. Sí, ése era. Llevé el Libro a mi cliente, que me miraba pacientemente mientras acariciaba a su perro.
El anciano cogió el libro y, lentamente, fue pasando las páginas. Sus manos arrugadas apenas las rozaban. Llegó a lo que parecía ser el momento que buscaba. Yo sentía que no debería estar allí; era un momento demasiado personal para el anciano.
Cuando volví a mirar, observé que sólo quedaban las dos últimas páginas para terminar “Vida de Nemesio Tres Ríos Galván”. El viejo miraba pacíficamente el escrito, y una leve sonrisa apareció en sus labios. Le quedaban apenas unos días de vida. Pero no le importaba. Parecía feliz.
Saludos Insurgentes.