«Vagón uno. Asiento trece.»

Vagón uno. Asiento trece. Un niño se entretenía destrozando la tapicería con su coche de juguete.  "Pufff, ojalá en el mío no haya niños". Atravesé la puerta hacia el siguiente vagón.

Vagón uno. Asiento trece. Un niño...

Me costó otras cinco puertas darme cuenta de que de alguna manera, había terminado en una especie de bucle mágico, digno de una película de mediodía. El revisor tosió a mi espalda, mientras yo permanecía en trance mirando mi billete.
-Señorita, si no tiene asiento tendrá que abandonar el tren antes de llegar a destino.

Necesitaba llegar a tiempo a la estación, así que no iba a complicarme mucho, pensaba aprender lo que hiciera falta para que este hechizo se rompiera.

Me senté con el niño y jugué tanto que al final me emocioné cuando mi coche ganó la carrera. Pasó el revisor, -Parece que este asiento no es el suyo, ¿quiere probar en el siguiente vagón?

Vagón uno. Asiento trece. Un niño... 
Vale, no era encontrar a mi niña interior, ni desarrollar la paciencia. 

Me senté con una abuela, aprendí lo básico para tejer, un punto del la y otro del bies. 
El revisor negó la cabeza al leer el asiento de mi ticket. Refunfuñé al levantarme. Dejé el ovillo de lana en el asiento y besé a la señora.

Aprender a escuchar y disfrutar de los mayores tampoco era.

Se abrió de nuevo la puerta.
Terminé un documento pendiente. Revisor. Billete erróneo. Puerta.
Ser más productiva no era la respuesta.

Me senté sola y apoyé en las manos la cabeza, hasta que el paso por las montañas me hizo olvidarme de cuál podía ser el problema.

Llegó el revisor. Me preparé para levantarme y repetir la secuencia.
Marcó mi billete. -Que suerte disfrutar el camino- y cruzó él solo la puerta.