«VEINTIÚN GRAMOS»

Deseé toda mi infancia que se muriera. Cuando lo hizo ya había pasado la barrera de mi adolescencia. Nunca llegué a perdonárselo. Con la muerte de mi hermano murió la niña que nunca fui, hasta ese momento el dolor la mantuvo con vida, pero cuando mi madre entre sollozos gritó que mi hermano había muerto, automáticamente me dividí en dos, esfumandose de una vez  la cría que tanto odio había albergado.

La noche que soñé que mi hermano moría, él me avisó de que lo estaba haciendo. Lo encontraron en un garaje, a doscientos kilómetros de aquí, colgado de una viga. Los veintiún gramos de  su alma llegaron a Dios que enfadado alzó la voz diciendo algo para que desepertara. Sentí terror.

AL día siguiente unos gritos a lo lejos llamaron mi atención. Al principio no reconocí de quién provenían hasta que pude darme cuenta que eran de mi madre. Reconocí el dolor en esos gritos, ahí fue cuando la zozobra de mi corazón liberó a la niña que tantos años llevaba asustada, pues sin decirme una palabra mí madre, yo ya sabía que tipo de noticias traía.

Lloré por mí más que por mi hermano. Aún no se cómo me siento, pero cuando fallezca y vaya dónde diablos haya que ir no quiero encontrarlo, eso perturba mi vida y me hace comprender que cuando mí hermano murió morí mas que mí hermano y que ahora en vida yo sigo ausente y el presente, pues nunca murió del todo.