Con el paso del tiempo, los que logramos sobrevivir al primer brote del virus, hemos aprendido a ser cautelosos para movernos. Nuestras pisadas se han vuelto tan sigilosas como la de los lobos nocturnos que pululan por la montaña.
Hace un año que me separé del grupo y la soledad está haciendo estragos en mi conciencia. A duras penas logré sobrevivir hasta ahora con una dieta en base a aves y ratas. Temo hacer fuego durante la noche porque podría atraer algo más que peligroso que la plaga. Así que descanso durante el día y me muevo durante la noche. Ya casi no puede llamarse vida.
Anoche logré divisar a lo lejos un pequeño grupo de luces que puede indicar la ubicación de un asentamiento humano. He decidido arriesgarme. Ya no queda nada por perder.
Tomo rumbo al oeste y camino lo que parecen ser varios kilómetros. Ya aclara cuando encuentro rastros de un campamento. Al parecer fue atacado antes del anochecer porque la carne arrancada empieza a oler.
Entre las hayas se ven miembros amputados y pedazos de cuerpos corroídos por la peste. Me acerco a uno de los árboles que parece abrazado por varias vueltas de soga.
Nunca pensé que el reencuentro iba a ser así.
Ahí estabas, después de buscarte durante meses fantaseando con este momento.
Lo único reconocible es la cadena de plata que te regalé uno de nuestros aniversarios. En la medalla todavía se lee: "Sólo los amantes sobreviven".
El giro final es brutal!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Muy bien estructurado el relato con el momento de clímax idóneo. Enhorabuena.