Luisfer

«Volver a nacer»

554 palabras
4 minutos
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No soy una persona irascible. Al menos no me considero. Aunque ella, en el fragor dialéctico, siempre me hace sentir como si lo fuera. 
El caso es que esta vez decidí salir con un portazo. Mi primer portazo. Mi primera huida. Necesitaba respirar.
Vagaba sin rumbo, con la respiración aún agitada por lo desagradable -y novedoso- de la situación cuando, de pronto, en ese bulevar que conocía desde niño, reparé en él. 
No eran sus mejores días, a todas luces se veía. Pero ahí estaba. Impertérrito, aterido por las primeras heladas de la temporada, en ese mediados de otoño en el que su desnudez le confiere, si cabe, más dramatismo a su aspecto. Me acerqué lentamente hasta él, como si no quisiera importunar su descanso, su duermevela de anciano que cabecea a cualquier hora del día, pero que no logra dormir por las noches. El viento agitaba sus ramas vacías y éstas se movían como llamando la atención de todo el que pasaba. Me pareció que esas ramas ajadas, ralas y raquíticas se abrían como ofreciendo el cobijo de un sincero abrazo de amigo.
Poco a poco, mis pasos me llevaban hasta sus plantas. Su tronco, curtido por el paso de los años, presentaba las marcas hechas a navaja de los adolescentes enamorados que piensan que el mundo es maravilloso. Corazones, iniciales, fechas... De pronto, recordé que nosotros también lo habíamos hecho. También, hace tiempo -felices tiempos- habíamos dejado nuestra huella sentimental en la dura corteza de ese árbol que ahora me hacía aspavientos para ofrecerme un abrazo reparador.
Al llegar a su altura, lo rodeé mientras mis manos acariciaban la textura de su tronco. Busqué mi inscripción, nuestra inscripción. Como si de un acto reflejo se tratara, extraje mi móvil del bolsillo y fotografié nuestra marca, hecha con la ilusión de unos recién enamorados sobre la piel del árbol que ahora me contemplaba.
Continué rodeando el tronco del árbol y encontré un agujero en su parte posterior. El tiempo, los años, la contaminación de la ciudad y el vandalismo sin duda habían hecho mella en mi anciano amigo. El agujero era lo bastante grande como para que cupiera una persona y se encontraba a una altura que facilitaba el acceso. No lo pensé. Algo me llamaba a su interior. Y entré.
El espacio era oscuro, sólo iluminado por la poca luz que llegaba del exterior. Era húmedo y caliente a la vez. Agradable. Me recosté y mi cuerpo quedó en posición fetal. Me sentía a gusto allí. Notaba conexión entre el árbol y yo. Volví a coger el móvil y busqué la fotografía que había hecho momentos antes de la corteza del árbol.
Estar allí me hacía sentir seguro y tranquilo. El calor húmedo que desprendía el habitáculo me daba paz y tranquilidad. Hasta me parecía oír los sonidos internos del propio árbol. Era lo más parecido a un vientre materno. Y, como tal, me sentí conectado con la naturaleza y en paz.
Entonces me di cuenta. Abrí mi whatsap, busqué el perfil de ella y le envié la foto.
"Lo siento de veras. He sido un inconsciente y un egoísta. Te quiero y no puedo seguir adelante sin ti".
Tras darle a enviar, me impulsé y salí al exterior. Fue como un volver a nacer. Mi nueva vida junto a ella comenzaba.
Ejercicio libre
Historia publicada para el ejercicio propuesto por LIBROS.COM
Tu personaje acaba de vivir una experiencia tensa con su pareja. Sale a tomar el aire y se detiene frente a un árbol. Describe el árbol desde las emociones del personaje. Escribe con tu voz favorita.
Luisfer
Humilde aprendiz. Una vez casi me creo las alabanzas sobre mi obra, hasta que caí en la cuenta de…
Miembro desde hace 2 años.
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