«¿Voy a morir?»

Camino exhausta por el estrecho arcén de una carretera secundaria que desconozco. De espaldas a mí y a escaso medio metro me sigue un hombre. Es un tipo alto, fuerte y con la mirada perdida. Apenas he podido verlo pero esos ojos negros se me han quedado grabados en la retina. Su carta de presentación ha sido la exhibición de su arma: una pistola. Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo. He intentado gritar pero como en las pesadillas más abominables no me ha salido la voz. Por momentos creo que voy a entrar en pánico pero un asombroso instinto de supervivencia que hasta ahora desconocía de mí, me da fuerzas para seguir consciente y controlar mis impulsos. Tengo la esperanza de que pase algún coche por allí, pero es una carretera fantasma en la que solo se escucha el silencio que se trunca inesperadamente con sus palabras. 

- Para y sigue el camino que está a tu derecha -me ordena mientras saca otra pistola de la cazadora y sorprendentemente me la ofrece. 

La tomo con mis manos temblorosas. Nunca he tenido un arma tan cerca. Las lágrimas que había contenido hasta ahora comienzan a brotar silenciosas por mis mejillas. Nos adentramos en el bosque. ¿Voy a morir? me pregunto. Andamos unos metros más. Sólo se escucha el crujido de las hojas que aplastamos al caminar, pero de pronto me percato de que ese inofensivo ruido se mezcla con los sollozos de una chica. Nos detenemos ante ella. Está atada a un árbol, llena de sangre, medio moribunda. Y entonces tomo conciencia de la situación. Aquel tipo me apunta con la pistola y con un gesto me  indica que apunte a la chica. Él me apunta, yo la apunto. Alguien va a morir. Suena un disparo.