Cuando los soldados romanos llegaron al Jordán, se encontraron a una multitud enfervorecida. Pero todos acallaron cuando uno de los pretorianos gritó:
—¡Buscamos a Juan, el que llaman El Bautista!
Pero nadie contestó, nadie quería delatar al que había sido su guía, su mentor, el pastor que ahora guiaba el rebaño. Después de unos momentos de silencio, y tras la insistencia del soldado, del agua surgió la figura de un hombre. Su rostro resplandeciente destacaba ente la muchedumbre. Se acercó a la patrulla y dijo:
—Yo soy el hombre al que buscáis.
—Hemos de llevarte ante el emperador.
—¿Y puedo saber la razón?
—De traicionar a los dioses romanos.
—¿Cuáles son esos dioses? Yo solo conozco uno.
—Tus palabras te delatan y condenan.
—¿Acaso es un delito propagar la verdad?
—¿La verdad dices? No hay más verdad que el emperador, Roma y sus dioses.
—Vosotros estáis sometidos al emperador, a sus falsos dioses, ¿eso os hace felices?
Aquella pregunta de Juan, dejó a los soldados dubitativos y en silencio. Las palabras de Juan habían causado un profundo impacto en sus mentes y sus corazones. Habían visto los rostros de felicidad de aquellas personas que seguían a Juan y comprendieron que nunca tendrían aquella felicidad. Uno de los guardias dijo:
—Yo quiero conocer la verdad y ser libre como vosotros. Quiero ser bautizado por ti.
El guardia se desprendió de sus vestiduras y desnudo se adentró en el río. Juan sumergió su cabeza en el agua y dijo:
—Recibe el agua purificadora que te convertirá en un hombre nuevo.
El resto de los guardias hicieron lo mismo, uno a uno. Excepto uno de ellos que huyó del lugar y acudió al emperador a informar de lo ocurrido…
Perfecta narración, llena de convicción.
Me ha maravillado paisano... enhorabuena.
Saludos Insurgentes.
Felicidades.