Recordaba la fuerza con la que su padre agarraba su mano mientras corrían por los escombros huyendo de las armas. Recordaba el dolor de sus pies descalzos y de cómo su piel se enblanquecía por el polvo y la tierra. Recordaba las lágrimas de su madre en aquella despedida dónde el dolor salía de las entrañas.
Aisha aterrizó el 2 de abril de 2020 junto a otros 152 refugiados sirios en el aeropuerto de Copenhague, Dinamarca. Bajo la protección del Ejército Real de dicho país escandinavo, recibió la atención médica, escolarización y alimentación que cumplía con los derechos de las personas refugiadas. En su primera noche tras ver una estrella fugaz, se puso de puntillas hasta alcanzar la chaqueta de uno de los militares y tirar de ella y, con miedo, se atrevió a hacerle una pregunta.
- ¿Las estrellas de Dinamarca también nos visitan con fuerza?
El militar, entendiendo la inocencia de su pregunta y el dolor que se escondía tras los finos hilos de su voz, se agachó para encontrarse con la altura de sus ojos grisáceos y contestársela.
- No, no nos visitan, pero nos cumplen deseos.
- Pediré volver a ver a mamá y papá.
Miró el calendario que colgaba de una de las paredes del centro. Cogió un rotulador verde y, como cada día a la espera de su familia, marcó con una “X” el día que correspondía: 15 de marzo de 2021. Sabía lo que eso significaba, cumplía 10 años; 10 años de vida y 10 años de guerra.