--Ahora, Kiti, si dejas de hablar y me prestas atención te contaré lo que hay al otro lado del espejo— le dijo a la gatita que llevaba entre los brazos mientras miraba el espejo que se encontraba sobre la chimenea de la estancia.
Alicia, se puso frente al espejo y apoyó su mano en él, tocando el frió cristal emplomado. Entonces se vio a sí misma, alta, delgada, con los ojos azules, tan diferente, tan opuesta a su realidad. Al otro lado había una habitación igual a la suya, pero puesta al revés. No podía ver bien la chimenea, así que acercó su rechoncha cara y sin darse cuenta atravesó aquel espejo, que como una brillante niebla de plata, estaba empezando a deshacerse.
A la derecha, había una enorme estantería, llena de libros, que ella misma había leído alguna vez. En la pared de la izquierda dos hermosos ventanales desde donde podía verse la campiña inglesa. Un caballo trotaba en su dirección cuyo jinete estaba dispuesto a subir rápidamente las escaleras atravesando el estrecho pasillo que la separaba de aquella habitación.
El Rey Rojo atravesó la moldurada puerta de madera, se acercó a ella y la besó.
—¿Qué tal mi reina?— le preguntó.
Asombrada, se miró en el espejo que estaba sobre la chimenea. Allí estaba la Reina Roja, con una gatita en los brazos.
Saludos Insurgentes