Cada año, con el solsticio de invierno, Jade y Benedict Williams rememoraban la depresión de Deméter convertida en frío por la ausencia de Perséfone, su hija. Su curiosa manera de anunciar que el invierno había llegado a Massachusetts. Con la neblina de estos pensamientos, clavé mi mirada tras los grandes ventanales, observando el jardín repleto de carruajes.
- Recuerda saludar a todos los invitados.
Tras sus palabras, Jade deslizó sus frías manos hacia mi puntiagudo rostro y, con su dedo anular, alzó mi barbilla. Sí, Jade era mi madre y eso me convierte en su hija, en princesa. Mantuve la compostura hasta que el bullicio de gente invadió la sala real, mi ausencia no sería relevante. Fue entonces cuando decidí deambular por el castillo. ¿Nunca has tenido la sensación de no conocer realmente tu hogar? ¿De no poder conocerte realmente a ti?
Los zapatos bordados que lucía me condujeron hasta la galería de espejos de mi padre. Era una zona importante para él, tanto que nadie tenía acceso, ni siquiera yo, pero quizá por un descuido… La puerta estaba abierta. Me escurrí y deslicé los dedos por todos los espejos de la sala, pero al pasar mis yemas por uno de ellos, sentí que resbalaban. Me coloqué ante él con el asombro de descubrir un reflejo distorsionado. La chica del espejo era yo. Era Nell, una Nell que insinuaba que atravesase el espejo. Confié en su cálida mirada y tragué la neblina del espejo al cruzar su umbral.
Ante mis ojos se descubrió una senda donde las ramas de los árboles se curvaban y enlazaban formando un túnel ramificado. Me rodeaban destellos azules y, con su cercanía, pude ver de qué se trataban. Eran pequeñas criaturas esbeltas similares a las hadas. Pixies. Flotaban como pequeños fuegos fatuos, dejando paso a la llegada de una Fauna. No pude evitar fijarme en su fisonomía. Mitad cabra, mitad humana. Tenía las patas y la cola de una cabra, tapando sus firmes senos con la longitud de su pelo escalado. Tenía la misma mirada cálida que la del reflejo. Su cabeza estaba adornada por unos cuernos gruesos de color hueso que se retorcían. Me tendió su mano y me dirigió a un trono de cristal donde me colocó una tiara de tonos dorados que se curvaba hacia la frente, dejando caer una joya. Al retirarse, alcé la mirada. El sauce empezó a mover sus raíces, a extraerlas de la tierra húmeda, dándose forma a sí mismo: un dragón de leño que susurraba mi nombre.
…
Nell, consumida, pálida y vestida con su camisón de seda blanco, se sentó en una mecedora. Se balanceaba con la mirada puesta en un punto fijo: el espejo. Con pasos frágiles se aproximó a él y miró lo que había estado evitando desde 1845: la cálida mirada que había atrapado su alma. Habían pasado veinte años. Cogió el espejo y lo tiró al suelo, haciéndose añicos junto a los pedazos de su corazón y de su ahora, alma libre.
El final es brutal!
Enhorabuena compañera!
Saludos Insurgentes
Saludos