«AQUEL GLOBO QUE SE ME ESCAPÓ»

Un globo, dos globos, tres globos,

la luna es un globo que se me escapó.

Un globo, dos globos, tres globos,

la tierra es un globo donde vivo yo.

Un globo, dos globos, tres globos, 

mi casa es un globo grande de color.

Esta cantinela me acompañó durante mis primeros años de vida, todas las noches, antes de meterme en la cama. No sé si el poema de Gloria tuvo algo que ver, supongo que sí. No encuentro otra razón para aquel sueño. ¿O no fue un sueño? ¿O fue un grito de socorro? No sé lo que fue. Los duermevelas, primos hermanos de los sueños, también son muy prolíficos, son una mina de creatividad e imaginación siempre algo distorsionada y retorcida.

Aquella noche, no debía llevar mucho tiempo en la cama porque cuando desperté aterrorizada, yo todavía estaba sola en aquella habitación inusualmente grande con una lamparita encendida.

Soñé que yo estaba en el mundo, en esa tierra que cantaban los niños que era un globo enorme. Yo estaba allí, pequeña, me sentía muy pequeña. Pero no podía ser, porque la visión de mi misma era desde el espacio, oscuro con alguna estrella y se me veía perfectamente; a la fuerza debía ser muy, muy grande. Yo astronauta desdoblada, viéndome allí debajo de pie, vestida de domingo, con faldita, zapatos de hebilla y calcetines calados. Llevaba en la mano un globo, dos globos, tres globos. A la vez, la tierra era un globo donde estaba yo.

De repente, los globos se soltaron y yo pensé que subirían y uno de ellos sería la luna, que se me escapó. Los otros dos, algún otro planeta. Pero uno de ellos, por alguna incomprensible razón, volvió revoloteando, a traición y por detrás. Mi yo desdoblado lo veía acercarse desde arriba, con unos dientes enormes y afilados y sonrisa diabólica. Hasta que sentí la dentellada en mi culo. La sentí, de verdad, de forma muy vívida y dolorosa.

El alarido asustó a mi madre que asomó y me preguntó desde allá lejos, la razón de semejante grito. Yo temblaba e intentaba recuperar el aliento y no llorar, intentaba sentarme, pero la mordida no me dejaba. Aquella habitación me parecía enorme. Un armario ropero, dos camas grandes, de las que llamaban de matrimonio, dos mesillas, una cómoda, y todavía había espacio para moverse sin problema. Yo estaba en la cama más cercana a la ventana, más alejada de la puerta donde estaba mi madre con expresión molesta. Yo era muy pequeñita en aquel espacio enorme, sola.

Tengo más de medio siglo y me sigo acordando de aquel sueño. Nadie me ha psicoanalizado, nunca. Yo dormía en la misma cama que mi abuelo, en la otra su hijo pequeño, aunque adulto y al que se le escapaban sus globos también, en su caso, por exceso de alcohol. Quizá sí deba ir a terapia, algo no estaba bien en aquella habitación. Algo no iba bien en aquel globo que se me escapó.